Es el año 2019. El lugar, inevitablemente, Minnesota. Una madre y su hija huyen de Año Nuevo, pistola Taser pasando, de una junta escolar desesperadamente violenta porque, sí, Donald Trump ha sucedido y está fraguando el ascenso al Capitolio, entonces Estados Unidos ha intentado vivir en el pasado, o está tratando de revivirlo, y si tienen partido por la mitad. Y quiero decir que todos los equipos escolares pueden convertirse en polvo al abrir y cerrar los ojos. Si, como siempre pasa Fargola franquicia televisiva serial del clásico de los Hermanos Coen que reformula portentosamente a Noah Hawley, un hecho aparentemente cotidiano que pone en marcha la tragedia, desastrosamente absurda e imparable, que logrará torcerse hasta lo inimaginable.
Y no es casualidad que, esta vez, el hecho diario haya regresado a Dorothy Lyon (una Juno Temple más externa) Ted LassoIncluso más de lo que parece necesario para interpretar la historia (Dot) en el mapa – y dejar que se desarrolle la espiral de violencia marcada por la casa – es un acontecimiento colectivo cotidiano. Porque el tema de fondo de esta quinta temporada —que se puede reproducir en Movistar+, nuevos capítulos para cada uno—, escrita y dirigida de nuevo de manera impecable por Noah Hawley, es la América canina después de Donald Trump. Es decir, esto es América donde el culpable, y el enemigo, es el otro, y el otro no es alguien que ha estado vinculado a mucha gente, ni siquiera al tipo de la casa de al lado: tu vecino. El que no piensa como tú y cree en el mundo, debe seguir tu rumbo.
Sí, esta temporada Hawley ha atacado un tipo concreto de basura blanca: el que se permite, o cree que puede, hacer alarde de su poder. Porque alguien le debe el lugar que perdió. Y creo que lo recuperaré. Aquí es donde entra en juego Roy Tillman (un verdadero Jon Hamm, en los años luz del icónico Donald Draper), un sheriff del Oeste, este es un tipo que vive como si el Lejano Oeste todavía existiera. Si se baña en barriles, monta a caballo, juega entre matrimonios como debería haber ocurrido en esa época, intenta, ideológicamente, la Edad Media, y crea la ley en su pequeño feudo en Fargo. Un tipo, un ganader y un predicador, un acompañante, que deambula con su propia amada -y su figura a caballo- ante los auténticos agentes de la ley mientras los protege del humor de una pura ridiculez a la amada.
Él también atacó a Hawley y su prodigio narrativo: un negro que sublima y reinventa hasta el último elemento de negro—, a esto le digo al vecino que dibujo recomiendo a Trump. Algo que encarna la perfección de la heroína de esta temporada. Alguien que pasa, seguro, por otro tipo de basura blanca, sin saberlo, jugando al doble juego del castigo, o al prejuicio basado en el estereotipo. Dot Lyon es una supuesta amante de las casas que, en realidad, es como dice la policía cuando le salva la vida en una gasolinera, «esta especie de trucos: McGyver», o como dice el villano de la historia, esta vez Ole Munch ( un Sam Spruell que habla de sí mismo en tercera persona, como si fuera un bebé mal engendrado), “una niña tigre”. Alguien que represente el poder invencible de la vida cotidiana o la auténtica libertad.
En su regreso a la ficción de autor, Jennifer Jason Leigh brilla –como su multimillonaria y tremendamente violenta Dot: se encuentra en el barco correo con su familia apuntando con sus gafas a la cámara–, como lo hacen todos los personajes de cualquier tipo en las rentas de una serie que, como ocurre en el clásico de Coen, se construye a partir de sus envidiables Perfectos —y humanos, en sus macabras debilidades— protagonistas. Explican la trama, y si esto es impredecible es porque nada es más impredecible que un ser humano armado. Y él está aquí hace como nadie. Fargo. Acércate a un ser humano. Y no a alguien que vivió: a alguien cuya vida parecía sencilla, pero no lo era. En realidad no lo es.
Mención especial es el absurdo que cada vez delata la violencia. Y la forma en que la balanza es la violencia. Llegó aquí al epicentro del agua reflectante. Fargo —la película, y cada momento de la serie—: cómo, en una sociedad que permite decidir a quién abre el gato o no, la violencia escala sin remedio para evitar los motivos más ridículos. No tienes aleta. Como reflejo de esa agua que deja sin remedio a un país que es libre y al que se puede proteger mientras viva tan acostumbrado como está -depende, como depende, de las armas-, Fargo del club una y otra vez, adaptando la moral de la fábula macabra al impulso peligrosamente violento del momento.
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